La casa vivida

Panel de azulejos. Iznik, Turquía. Taller imperial. Hacia 1573. Museu Calouste Gulbenkian/Fundação Calouste Gulbenkian, Lisboa.Foto: Carlos Azevedo

Fragmento de arrimadero. Antoni Maria Gallissà (1861-1903). Fábrica de productos cerámicos Fills de Jaume Pujol i Bausis. Esplugues de Llobregat, hacia 1900. Museu del Disseny de Barcelona. Foto: Guillem Fernández Huerta

Azulejos. Fábrica B. Santigós y Cía, Madrid, 1877-1892. Museu del Disseny de Barcelona. Foto: Guillem Fernández Huerta

Ladrillo. Picasso , Poterie Madoura de Vallauris (Francia), 1957. Donación del artista, 1957.Museu del Disseny de Barcelona.Foto: Guillem Fernández Huerta

Azulejos. L’étoile du mer, Flèches, Pigeons, Le sol vegetal, Le baiseur du feu y Les guitarres, 1954. Salvador Dalí para la fábrica ADEX de Onda (Valencia)
Donación Lluís Maria Llubià, 1963. Museu del Disseny de Barcelona. Foto: Guillem Fernández Huerta

Fragmento de la cubierta cerámica del antiguo Mercat de Santa Caterina en Barcelona. Ceràmica Cumella, 2004. Ceràmica Cumella, Granollers, Barcelona
Foto: Vicente Zambrano

Alicatado. La Alhambra, Granada. Periodo nasarita, siglo XIV. Museo de la Alhambra, Patronato de la Alhambra y Generalife, Granada

Alicatado. La Alhambra, Granada. Periodos nazarí y mudéjar, siglos XIV-XVI. Museo de la Alhambra, Patronato de la Alhambra y Generalife, Granada

Azulejo. Irán, siglo XIII. Loza decorada con reflejos metálicos y azul en forma de estrella. Musée du Louvre, Département des Arts de l´Islam, París © Musée du Louvre, dist. RMN - Grand Palais / Raphaël Chipault

La cerámica vitrificada aporta confort físico y psíquico a los habitantes. Atrae a los sentidos y a la imaginación. Dota los interiores de cualidades sensibles agradables al tacto y la vista, y permite recrear, a través de paneles pintados o moldeados, brillantes mundos visibles o invisibles, reales o imaginarios, que ayudan a que los moradores se sientan bien, un nuevo paraíso.
Esta técnica se descubrió en Egipto y en Mesopotamia en el tercer milenio a. C. Piezas de terracota cubiertas con sílice y pigmentos cristalizaban tras una segunda cocción a alta temperatura. Los interiores de los palacios persas se ornaban con paneles en relieve vidriados más resistentes que frescos y tapices. Las invasiones árabes, a través de talleres hispano-musulmanes, divulgaron una técnica que permitió animar muros de adobe. Los contactos entre Persia, China —donde se halló la loza estannífera vidriada (el estaño fundido crea una capa brillante blanca sobre la terracota que se pinta con pigmentos) y la aplicación intensiva del azul cobalto— e Italia, a través de la ruta de la seda, popularizaron el azulejo a partir del Renacimiento europeo.
Las superficies lisas y brillantes compusieron paneles que se asemejaban a ventanas encuadrando escenas paradisíacas. Los motivos geométricos y las tramas ortogonales ordenaban el espacio, e inscripciones religiosas y figuras celestiales protegían los interiores convertidos en imágenes del edén. El confort climático, lumínico y visual también evocaba la tierra de los orígenes o el cielo.
Arquitectos modernistas recrearon, con azulejos que ahuyentaban la grisura industrial, ensoñadoras construcciones orientales y un medioevo de fábula. El aspecto frío, abstracto e inmaculado del azulejo blanco ha contribuido a la vocación higienista de la arquitectura moderna, desinfectada de referencias al pasado, si bien hoy, el recuperado azulejo colorista ayuda a integrar edificios descontextualizados en el entorno y bajo el cielo.
El gusto por la materia y las técnicas manuales, sin embargo, animó a algunos artistas y arquitectos a proyectar o pintar, en colaboración con ceramistas profesionales, azulejos y ladrillos, de producción limitada o únicos, como Rouault, Picasso, Dalí, Matisse o Miró, quien afirmó: “Deseo introducir la cerámica en la casa, ahí donde vive el ser humano, lo que ya se hace en países muy soleados donde la luz juega con la cerámica.”