Miriam Ponsa: diseñar de personas para personas
El proyecto de la diseñadora de moda Miriam Ponsa arranca hace veinte años con la reforma de la antigua fábrica textil familiar, inaugurada por su bisabuela en 1886. Hoy, este espacio de Manresa es donde su equipo hace realidad cada una de las piezas que ella diseña, con materiales poco habituales y con técnicas propias de la artesanía.
Ponsa está estrechamente ligada al Museu del Disseny: por un lado, su obra está presente en la colección de moda, a través de las series Trashumancia, Lavanderas y Mujeres mula; por otro, forma parte de la exposición temporal "Azulejos y Oficios. Propuestas artesanas contemporáneas"; y finalmente, ocupará un lugar destacado en la exposición "¡Emergencia! Iniciativas contra el Covid-19", que se inaugurará el próximo 17 de noviembre.
Hablamos con ella del respeto por las raíces, la importancia de escuchar y reivindicar el entorno y la investigación creativa; todos ellos valores que incorpora en el discurso de sus colecciones, marcadamente sostenible y cada vez más inconformista.
¿Qué debería ser la moda según tú?
No me interesa cuando la moda es solamente un hecho estético. Me interesa cuando tiene un mensaje, es inclusiva, invita a la reflexión, genera un diálogo y proporciona el bien común. Quizás todo esto no se pueda reflejar en una pieza de ropa, pero sí se puede buscar a través de colores, texturas y detalles; a través de la actitud de las modelos cuando presentan la colección, o con una frase estampada. Cuando la idea es clara, todo juega, todo tiene que ir a parar allí.
No debe llegar todo de pronto, sin embargo.
Picasso decía que la inspiración llega pero te tiene que coger trabajando. Para mí es exactamente así: se me abren las puertas creativas en el proceso de creación. Es cuando estoy en el taller que crear se me vuelve natural, porque para mí es una necesidad. Antes de crear, no sé cuál será el resultado, pero en el proceso vamos encontrando las respuestas. Tiene que haber un diálogo siempre entre las texturas y mis manos, y debe ser coherente con lo que quiero transmitir.
La investigación creativa encabeza tu manifiesto. ¿En qué líneas de investigación os habéis centrado en los últimos años?
Investigamos, sobre todo, en texturas. Estamos trabajando mucho con látex, que es un material que no se acostumbra a utilizar en moda, sino más bien en artes plásticas y escultura. También tratamos de innovar en técnicas artesanales.
La exposición Azulejos y Oficios nos acerca a mundos no tan distantes: artesanía, arte y diseño. ¿Los entiendes como un todo?
Estaría bien que cuando se hable de artesanía se entienda que van implícitos el arte y el diseño, siempre teniendo en cuenta que cada pieza tendrá su propio valor añadido. La artesanía es respeto por las raíces, por los tempos repuestos de la creación, por las personas que trabajan las piezas, y por el medio ambiente. Yo no distingo tanto las disciplinas; de hecho, creo que muchas de las personas que estamos en el diseño de moda trabajamos las tres ramas en paralelo, aunque ahora siento que estoy más en el activismo de moda que en el diseño.
¿A qué te refieres con ‘activismo de moda'?
Siento que tengo que hacer algo por la moda aquí, por los productores textiles, porque es un sector que está agonizando, y se me rompe el corazón. Me siento incómoda, me molesta la injusticia y me cuesta mucho no sacarlo. Lo hago en forma de creación, y ahora tengo ganas de hacer algo en la calle, en otro formato que no sea el desfile, quizás más tipo performance.
¿Para reclamar qué?
Me fastidia que haya tanto dinero público por una plataforma de desfiles como es la 080 mientras los sanitarios reclaman más recursos. No lo puedo entender. Y menos cuando nosotros hemos demostrado, desde hace algunas ediciones, que hay empresas privadas interesadas en promocionar los desfiles. El dinero público que se pone en la 080 no es efectivo. Me extraña que nadie diga nada, y sobre todo desde la moda, que tenemos un gran altavoz. Me siento bastante sola, pero eso no me parará.
¿Tu activismo implica reivindicar la sostenibilidad y la proximidad?
Por supuesto. Durante la pandemia, los únicos que hemos podido dar respuesta a la emergencia hemos sido los que estamos produciendo aquí. Cuando se nos han pedido batas y mascarillas, las hemos podido hacer rápidamente, porque trabajamos con talleres y proveedores locales. Es muy fácil de entender: cuando no tienes sal, no la vas a pedir a China; vas a casa del vecino y le pides un poco, ¿no? Es el consumo local lo que salvará la industria. Debemos ser conscientes de que estamos pagando un precio muy alto cuando un producto viene de fuera.
¿Deslocalización, hiperconsumo y producción masificada van de la mano?
Nosotros podemos hacer slow fashion porque no tenemos una gran producción y porque hemos decidido producir en los talleres que tenemos cerca. A un taller pequeño no le puedes pedir mil piezas en dos días, porque sencillamente no es viable. En Cataluña es difícil producir mucha cantidad, porque la industria textil ha ido desapareciendo con la globalización, haciéndonos perder el know-how y la experiencia que teníamos.
Cuando una marca grande se reivindica como sostenible, ¿te lo crees?
En la mayoría de casos, es una campaña de márketing. Sí que hay algunas empresas que lo hacen bien, pero son las que menos. Si al consumidor le interesa, basta que entre en la web e investigue un poco, porque las marcas que hacen moda sostenible normalmente lo enseñan a través de vídeos o fotos. Es muy difícil engañar con eso.
¿Somos responsables, los consumidores?
Somos corresponsables: una acción de compra es como un voto en las urnas. La compra debería ser mucho más reflexiva, pero las grandes marcas la convierten en un impulso. No tiene ninguna lógica comprarse tres prendas cada semana; en cambio, una cada tres meses, tal vez tiene más sentido. Y será una pieza de mayor calidad, durará más años y no generará tantos residuos.
Los feminismos están poniendo palos en las ruedas a los roles de género tradicionales, y la industria de la moda está respondiendo con colecciones gender-neutral. ¿Qué opinas? ¿Te ves haciendo algo en esta línea?
Tocaba romper cánones y estereotipos. Pero del mismo modo que hablamos de género, podemos hablar de raza – al final es una cuestión de humanidad. La moda debe ser inclusiva y favorecer el cambio. Yo no me cierro a hacer una colección gender-neutral, aunque muchas de nuestras piezas ya las compran hombres. En cambio, hay otro hueco donde pienso que puedo hacer una aportación, que es el sector teenager: la moda que existe para adolescentes no ofrece propuestas muy interesantes.
Durante el confinamiento, ¿que te empujó a hacer batas y mascarillas?
Teníamos muchas ganas de hacer algo y en casa no podemos estar porque no sabemos. Como trabajamos muy cerca de donde vivimos, prácticamente no teníamos ni que salir a la calle. Al principio, cuando no había mascarillas en ninguna parte, las hacíamos con un tejido de forro polar, porque era lo que teníamos. Pronto nos certificaron otro tejido para uso sanitario. Nos ha hecho muchísima ilusión poder dar respuesta a una emergencia y hacer sentir a la gente protegida.
¿Por qué es importante diseñar con perspectiva social, de personas a personas?
Porque yo quiero estar cerca de las personas. No me interesa estar sola, aislada, creando solo para mí y para satisfacer mi ego creativo. He hecho tantas colecciones y he tenido tanta libertad creativa que ya no tengo aspiraciones de continuar diseñando en esta dirección. Me apetece hacer activismo, cambiar las cosas que no me gustan y contribuir a que la moda vaya a mejor.