Marquesina Pal·li
Marquesina,
la infinidad de cosas que yo expresaría en ese espacio publicitario ubicado en cualquier lugar estratégico, escogido a propósito en cualquier ciudad. En el rectángulo alargado de color blanco, escribiría de forma anónima detalles importantes de los vecinos de las calles adyacentes. Tomaría prestada su voz en voz alta ante las dificultades que atraviesan en momentos delicados de su vida. Los lunes compondría poemas para la Elisa de la calle Sicilia. Me refiero a la señora que vive cerca de un precioso parque al que puede acceder sólo con la mirada desde la pequeña ventana del último piso en el que vive recluida durante seis días a la semana, a causa de una tremenda artritis que prácticamente no la deja caminar más allá de la brevedad de unos pasos que transcurren lentos desde el salón a la cocina y el regreso a su habitación. La Elisa también padece de problemas sanguíneos. A causa de ello todos los lunes sin excepción la ambulancia para a recogerla para llevarla al hospital para realizar la diálisis de costumbre, pero cuando vuelve a casa su estado de ánimo aún se deteriora más. Su cuerpo no le responde, se queda como abatida durante un par de días y ni siquiera puede sostenerse derecha durante cinco minutos. Su vida transcurre entre la imagen de un hermoso parque acercado a sus ojos a través de una cristalera y el sonido del rugido de la ambulancia de las ocho de la mañana de los esperados lunes que le anuncian la llegada de un esperado paseo mientras atraviesa la ciudad. Sí, los poemas escritos en letras mayúsculas serán para la Elisa. Ella sin duda se fijará en la marquesina publicitaria que hay frente al portal de su casa. A la vuelta del hospital, siempre les pedía amablemente a las muchachas de la ambulancia que la acercasen en su coloreada silla de ruedas hasta el nuevo cartel publicitario. Pero esta vez se va a sorprender cuando observe que se habla de ella de forma clandestina. Le recordaré quién fue en otro tiempo. Aquella mujer comprometida que se ganaba el sustento realizando campañas publicitarias y destinando tres cuartas partes de su sueldo a asuntos de caridad en el ámbito de su comunidad. A la Elisa le recordaré los gestos de generosidad que mantuvo durante cuarenta años con los vecinos de su barrio sin que estos llegaran nunca a enterarse de quién era.
Relato y voz: Rafael Rodríguez Díaz