Juli Capella: diseño humanista para vivir mejor
Juli Capella es arquitecto y diseñador de interiores. Para él, el diseño debe ser universal, económico y sostenible. Dirige el estudio Capella Garcia Arquitectura, del cual algunas de las obras más destacadas son el hotel Omm de Barcelona y los interiores de los restaurantes Jaleo (Washington DC) y Mi Casa (Dorado, Puerto Rico).
Actualmente estamos trabajando en la creación de la colección “¡Emergencia! Iniciativas contra el COVID-19”, que recogerá iniciativas, proyectos y objetos del mundo del diseño que han dado una respuesta rápida a la crisis sanitaria y social causada por la pandemia. La presentación tendrá lugar en noviembre, en el marco de la Barcelona Design Week.
En este contexto, hablamos con él sobre las conclusiones que podemos extraer en clave de diseño tras la pandemia del COVID-19: que el ingenio y la creatividad están dentro de cada uno, que el espacio público nos pertenece, y que el hogar puede ser un espacio mucho más flexible de lo que creíamos.
Durante estos meses, la comunidad maker se ha coordinado para responder a las necesidades derivadas de la crisis sanitaria, poniendo en el centro la cooperación y la inteligencia colectiva.
La reacción del diseño ha sido ágil, rápida, voluntariosa y muy ingeniosa, pero también hay que reconocer que no ha sido del todo efectiva. Evidentemente estoy a favor de la producción y el diseño en red, pero quien ha resuelto finalmente los problemas, una vez más, ha sido la industria más convencional. Hasta que SEAT decidió cerrar su línea productiva y ponerse a hacer respiradores, no se puso en marcha todo realmente.
Sin embargo, hemos visto que muchas personas, desde casa, han creado mascarillas y batas, y han fabricado respiradores con impresoras 3D. Todo el mundo se ha convertido en diseñador. ¿Dirías que supone una amenaza para el sector?
Para mí, no. Yo celebro que la gente se haya dado cuenta que la creatividad y la intuición son cosa de todos. Creo que es como debe ser. Sé que existe cierto menosprecio, dentro del sector, hacia el diseño casero, pero creo que eso solo esconde la parte más oscura del diseño, que es el ego que todo creador tiene. Este pequeño intrusismo es precisamente lo que hace que los profesionales nos pongamos las pilas y vayamos más allá. Creo que deberíamos estar contentos de ver que la chispa creativa ha brotado en todo el mundo.
Y que se haya demostrado que el diseño es útil para todo el mundo.
El diseño tiene como objetivo definir el entorno material (artificial) que rodea a las personas. Es lo que nos permite desplazarnos, no ir desnudos… en definitiva, vivir mejor. Y creo que durante la pandemia se ha podido ver la vertiente más humanista o social del diseño, la que pone a las personas en el centro. Normalmente, si los medios de comunicación hablan sobre diseño, muestran el último modelo de coche o los muebles de la feria de Milán; entonces el diseño se percibe como algo elitista y caro. Pero esta vez hemos visto que el diseño salva vidas. A la vez, es el causante del desastre de mundo que tenemos.
¿A qué te refieres?
El mal diseño también es diseño. Hemos creado un entorno que no es saludable y un sistema de producción insostenible. Curiosamente, la misma disciplina que se está cargando el mundo es la que lo puede redirigir. ¿Cómo? Pasando de un diseño inconsciente y mercantilista a uno consciente, que piense objetos reparables o reutilizables. El diseño no puede seguir siendo esclavo del sistema capitalista productivo. Tenemos la oportunidad de dar un giro hacia el diseño social, y debemos aprovecharla para avanzar, porque la obligación del ser humano es mejorar sus condiciones de vida y las de su entorno.
¿El diseño es una herramienta de transformación social?
Totalmente. Hay un principio básico del diseño, que es el “design for all”, que significa que tú, cuando diseñas, tienes que intentar que sea para todo el mundo: no para personas discapacitadas, no para personas ricas. El diseño debe ser universal y cuanto más económico, mejor. Debe buscar ser accesible y romper desigualdades. Actualmente también se está reivindicando que el diseño busque sinergias con el entorno; por ejemplo, que piense en los materiales que tiene a su alcance, antes que aquellos que deben adquirirse internacionalmente.
La mascarilla ha llegado a nuestro día a día para quedarse. ¿Se abre una oportunidad para el diseño?
A lo largo de la historia, la tendencia de la indumentaria es a la minimización de la ropa, que va en paralelo a unos hábitos de higiene y socioculturales. En cuanto a las mascarillas, están muy mal diseñadas. Se nota que hasta ahora solo las usaba un grupo reducido de gente –el personal sanitario– y durante unas horas; no están pensadas para llevarlas todo el día. Los diseñadores tenemos una oportunidad para repensarlas y hacerlas mejores, sobre todo en cuanto a ergonomía y a materiales, a parte de customizarlas. ¿Y si diseñamos una mascarilla transparente, para que se nos vea la cara? ¿O una de un material que pueda cambiar de color, según el día? Todo eso ya depende de la imaginación que le pongamos.
¿Cómo alterará la forma en que nos relacionamos los unos con los otros?
Creo que estamos dando un paso atrás, porque la mascarilla nos hace retroceder en el proceso de liberación del cuerpo. No debemos dejar de reivindicar el contacto físico: es muy triste no poder dar un beso, tocar a alguien, hacerle una caricia. No nos estamos dando cuenta de cuán grave puede ser para nuestra sociedad que se quede enraizada la idea de que no podemos tocarnos.
En cuanto al espacio público, ¿de qué manera crees que nos relacionaremos con él, superado el confinamiento?
El espacio público se ha recuperado como un bien precioso y preciado. Nos hemos dado cuenta de que no nos permitían usarlo como queríamos, porque los mercados han tenido tanta fuerza que lo han convertido en un producto. En la calle no se puede hacer prácticamente nada, solamente circular; pero la gente sabe perfectamente que es un espacio sano y seguro, y quizás ahora valora más el hecho de tenerlo, porque cuando no lo hemos tenido lo hemos echado de menos. Debemos recordar que el espacio público es nuestro, es nuestro patrimonio: la mayoría de personas apenas pueden pagarse un alquiler, y por eso debemos pensar que también tenemos un pedacito de la biblioteca, del centro de salud, del espacio de ocio…
¿Qué podéis decir, arquitectos y urbanistas, en este sentido?
Queremos más espacio público, y lo queremos más acondicionado. Existe cierta obsesión por crecer, por hacer la ciudad más grande. Y yo me pregunto: ¿por qué tenemos que crecer más, si ya vivimos en una ciudad densa? Es obvio: si entiendes la ciudad como un producto, tienes que explotarla al máximo. Pero no debemos olvidar la finalidad última de la ciudad, que és que la gente pueda vivir en ella. Por eso creo que debemos hacer justamente lo opuesto a crecer: tenemos que eliminar elementos, como los coches -no estoy en contra del coche, pero claramente no está bien diseñado, porque contamina y ocupa espacio–, y en vez de edificar, debemos restaurar. Con la pandemia hemos visto que hay barrios enteros en Barcelona donde prácticamente no existe la vivienda digna. Ahora debemos priorizar esto, más que la construcción de nueva planta.
Con el confinamiento también hemos establecido un nuevo diálogo con nuestro hogar.
Totalmente. Han pasado dos cosas: hemos visto el valor fantástico que tiene el hogar (y no digo vivienda, digo hogar), y en paralelo nos hemos dado cuenta de las carencias y los inconvenientes de nuestra casa. ¿Por qué la gente se ha sentido mal? Porque vivimos en casas pequeñas que no podemos hacer más grandes. Creo que tenemos que diseñar las viviendas de forma que los tabiques se puedan mover; así, podríamos hacer del hogar un espacio mucho más flexible. A parte de esto, la mayoría de las casas no cumplen con el estándar de vistas, aireamiento y soleamiento. Este es el primer punto que arquitectos, promotores y administraciones deben ver para hacer cambiar las leyes. No se debería poder proyectar una nueva promoción de viviendas sin un mínimo de metros de soleamiento y de vistas.
Los balcones y azoteas han tomado más importancia que nunca.
¿Tú sabes las miles de hectáreas de terraza que hay solamente en Barcelona, sin que se haga nada en ellas y nadie nunca las use? Yo, de pequeño, jugaba allí, y también era donde se tendía la ropa, que se secaba al sol y no con electricidad. También podemos hacer terrazas verdes: en vez de dejarlas con teja, podemos cubrir el suelo con una capa de tierra y plantar ahí lo que sea. Así conseguiríamos un mejor aislamiento de la casa, aprovecharíamos aquello que se hubiera plantado, y estaríamos generando oxígeno y comiéndonos el CO2.
¿Cómo afectará el teletrabajo a nuestro concepto de hogar?
Todo el mundo está muy contento con esto del teletrabajo y a mí me da mucho miedo porque existe el riesgo de que prostituyamos la casa. La actividad primera del ser humano es vivir, no trabajar. Trabajamos para vivir, no al revés, y hasta que no tienes clara esta jerarquía no entiendes que la casa se tiene que preservar. No es conveniente trasladar el trabajo a casa. Otra cosa es que tú puedas trabajar desde casa, que dentro de casa tengas un espacio acondicionado y adecuado para ello: eso está muy bien, y sí que me parece que tenemos que encontrar un equilibrio entre el trabajo presencial y el teletrabajo.